Constantemente escuchamos los términos “purificada” y “destilada” y pensamos que significan lo mismo: Agua limpia y segura. Pero esto no siempre es así y estas dos técnicas, muy distintas entre sí, entregan también resultados diferentes y su aplicación dependerá del uso que se le quiera dar tras el proceso.
El agua purificada se califica como tal cuando ha sido filtrada o procesada para eliminar impurezas como productos químicos, bacterias, algas, hongos, parásitos, cobre, plomo entre otros. El agua potable de la llave podría ser clasificada como “purificada”, ya que antes de llegar a los hogares, se le han aplicado tratamientos para que sea segura para el consumo humano.
El proceso utilizado para purificar el agua de la red domiciliaria consiste en:
Coagulación y Floculación: En esta etapa, se le añaden químicos cargados positivamente, los que se unirán a partículas cargadas negativamente y formarán flóculos, los que pueden ser luego filtrados.
Sedimentación: Aquí los flóculos se separan del agua, depositandose en el fondo del suministro.
Filtración: Posteriormente, el agua limpia, que se encuentra en la parte superior, fluye a través de diversos filtros de arena, carbón y grava. En esta etapa se eliminan contaminantes como el polvo, bacterias, químicos y virus.
Desinfección: Finalmente, se agregan desinfectantes como el cloro al agua, para eliminar las bacterias o virus que hayan sobrevivido a las etapas anteriores.
Por otro lado, el agua destilada, es agua que ya ha pasado por un proceso de purificación y filtración antes de ser destilada. Durante el proceso de destilación, el agua se somete a altas temperaturas hasta evaporarse, este vapor es luego recogido y enfriado para ser transformado nuevamente en agua.
La destilación es más efectiva en eliminar bacterias, virus, protozoos, plomo y sulfatos del agua. Esta es segura para beber, pero su uso se limita casi exclusivamente a aplicaciones médicas y laboratorios de investigación.